Ayer martes, Diario de Navarra publicó la siguiente carta al director, suscrita por nuestro compañero Eduardo Vall:
"Se equivoca quien piense que las personas que nos dedicamos activa, y aun profesionalmente, a la política no compartimos la misma sensación de estupor, indignación y repugnancia que el resto de la ciudadanía ante la interminable relación de fechorías y actuaciones corruptas con que nos despertamos cada mañana. Asombra y enfada a partes iguales el hecho de que parezca no haber institución o estamento alguno ajeno a ello, y el desahogo con que se conducen algunas de las personas que protagonizan tan penoso comportamiento. Así, la alarma social que se está generando es de tal magnitud, que la primera demanda de la gente no es la de que los poderes públicos pongan fin a dichas prácticas -que también- sino la de que quien la haya hecho la pague. Esperemos que así sea.
Evidentemente, las dramáticas consecuencias de la actual crisis económica no hacen si no incrementar el grado de indignación ante dicho problema. En estas condiciones, uno entiende perfectamente la creciente desafección hacia la clase política. Si bien añadiré que, hasta donde yo sé, la gran mayoría de las personas que están en política lo hacen de forma honesta y por principios. Aunque, llegados a este punto, de poco pueda servir tal percepción.
Para colmo la incontenible mancha de la corrupción parece haber vuelto a nuestra Comunidad. Sin entrar en mayores disquisiciones, y en la confianza de que la justicia y, en última instancia, la ciudadanía actuarán en consecuencia, sería al menos deseable que los actores implicados en la materia no colmasen la paciencia ciudadana apelando a razones tan obscenas como la obediencia debida o las circunstancias pasadas para justificar sus acciones.
La solución a todo lo ocurrido no pasa, desde luego, por conciliábulos, huidas hacia adelante, o medidas permisivas o conniventes con quien ha incurrido en prácticas deshonestas. Por lo que nos toca, todo el mundo recuerda irregulares comportamientos que tanto afectaron a mi Partido en los que actuamos tarde y mal. Únicamente un liderazgo y una acción política ejercida de forma transparente, honesta y austera -en línea con los principios que inspiraron a su fundación a nuestro Partido- y una labor institucional de clara oposición que prime la defensa de quienes más están sufriendo los efectos de esta estafa global que padecemos, podrán hacernos recuperar el crédito político que indudablemente hemos ido perdiendo. Si no, triste futuro nos aguarda".
"Se equivoca quien piense que las personas que nos dedicamos activa, y aun profesionalmente, a la política no compartimos la misma sensación de estupor, indignación y repugnancia que el resto de la ciudadanía ante la interminable relación de fechorías y actuaciones corruptas con que nos despertamos cada mañana. Asombra y enfada a partes iguales el hecho de que parezca no haber institución o estamento alguno ajeno a ello, y el desahogo con que se conducen algunas de las personas que protagonizan tan penoso comportamiento. Así, la alarma social que se está generando es de tal magnitud, que la primera demanda de la gente no es la de que los poderes públicos pongan fin a dichas prácticas -que también- sino la de que quien la haya hecho la pague. Esperemos que así sea.
Evidentemente, las dramáticas consecuencias de la actual crisis económica no hacen si no incrementar el grado de indignación ante dicho problema. En estas condiciones, uno entiende perfectamente la creciente desafección hacia la clase política. Si bien añadiré que, hasta donde yo sé, la gran mayoría de las personas que están en política lo hacen de forma honesta y por principios. Aunque, llegados a este punto, de poco pueda servir tal percepción.
Para colmo la incontenible mancha de la corrupción parece haber vuelto a nuestra Comunidad. Sin entrar en mayores disquisiciones, y en la confianza de que la justicia y, en última instancia, la ciudadanía actuarán en consecuencia, sería al menos deseable que los actores implicados en la materia no colmasen la paciencia ciudadana apelando a razones tan obscenas como la obediencia debida o las circunstancias pasadas para justificar sus acciones.
La solución a todo lo ocurrido no pasa, desde luego, por conciliábulos, huidas hacia adelante, o medidas permisivas o conniventes con quien ha incurrido en prácticas deshonestas. Por lo que nos toca, todo el mundo recuerda irregulares comportamientos que tanto afectaron a mi Partido en los que actuamos tarde y mal. Únicamente un liderazgo y una acción política ejercida de forma transparente, honesta y austera -en línea con los principios que inspiraron a su fundación a nuestro Partido- y una labor institucional de clara oposición que prime la defensa de quienes más están sufriendo los efectos de esta estafa global que padecemos, podrán hacernos recuperar el crédito político que indudablemente hemos ido perdiendo. Si no, triste futuro nos aguarda".