la decisión de los partidos secesionistas catalanes de romper la legalidad democrática en Cataluña para convocar un sucedáneo de referéndum y proclamar su independencia, además de hacerse sin ninguna garantía democrática, demuestra el desvarío último a que el nacionalismo puede conducirnos.
La ruptura catalana es de tal magnitud, que una tierra que hasta la fecha había sido símbolo de la libertad, la apertura, la pluralidad y la convivencia, se ha fracturado incluso en ámbitos sociales, urbanos, vecinales y hasta familiares.
Es evidente que la desafección institucional provocada por la estafa global que hemos padecido en forma de crisis económica, no es ajena a esta fractura catalana. La búsqueda de soluciones o quimeras alternativas (neopopulismos, brexit, elección de Donald Trump, etc) no puede justificar tamaño disparate. Bien es cierto que el conflicto catalán se viene larvando desde hace años y tampoco el gobierno central ha tenido la menor cintura política para solucionarlo. Nuestro Partido lleva tiempo predicando en el desierto a favor del diálogo político y dispuesto a emprender una reforma constitucional que aborde los retos territoriales que tienen Cataluña y el resto de España.
Entre tanto, cabe apelar a la templanza y la firmeza democrática para, desde el respeto a la legalidad, no consentir una ruptura unilateral tan ilegal como antidemocrática, aunque es imprescindible mantener a la par una actitud de diálogo político que intente superar el conflicto.